lunes, 19 de abril de 2010

Siesta



Las últimas horas de sol tocan la puerta de la casa por entre las hojas del plátano, pero nadie sale a abrirles.
Adentro todos duermen la siesta, arrullados por el viento que se cuela por las rendijas para regalarles un poco de frescura en esa calurosa tarde de verano.
Los platos del almuerzo, todavía sucios, esperan en una pila sobre el pollo de la cocina a que alguien se levante para lavarlos.
En el patio, el gato duerme a la sombra, entreabriendo los ojos de cuando en cuando, para no perderse nada importante.
Finalmente el sol declina, el calor sede y un zumbido en la oreja, acompañado de un pinchazo en la frente viene a sacar a Horacio de sus sueños.
A su lado, María se rasca la pierna con las uñas de una mano, mientras con la otra se va sacudiendo de los ojos, la modorra de la tarde.
Cuando al fin se levantan de la cama, la casa está oscura, ya solo la noche toca la puerta y una negra culpa les llena el estómago vacío.
Es la cristiana culpa de pasarse la tarde sin hacer nada.

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